Promesa incumplida.
He dejado de escribir aquí. Porque puedo hablarte y decirte lo que quiera, cuando quiera, las veces que quiera. Pero hoy no ha resultado todo como lo había planeado. Hace exactamente diez años, mientras te extrañaba ferozmente, hice una promesa: que ya no habría nunca más un 27 de marzo en el que no te bese. Y trabajé en ese objetivo, que fue rector, que fue prioritario, que en principio, era el único. Mantuve esa promesa año tras año, viajando aunque sea en el día para tomarte de la mano y darte el beso que me había prometido. Hasta hoy, que la inmensidad de este cisne negro, este evento impensado, me obliga a no poder cumplir esa promesa autoimpuesta. Así que hoy no podré besarte. Ni podremos fundirnos en el abrazo que nos damos al llegar. Tampoco ir de pizzas a la Bodeguita o pelotear en la rambla. No iremos a comprar juntos tu regalo, ni al Liceo, ni me pasearás en moto por las calles empedradas, algo que mi coxis agradece. No podré decirte en persona lo que te quiero,